miércoles, 18 de enero de 2012

El troquel de las conciencias

Nueva publicación de Félix Garcíia Moriyón


 "Nuestro propósito se centra en indagar cuál ha sido el recorrido histórico de la educación moral en nuestro país desde que se inicia el proceso de escolarización universal, esto es, desde el momento en el que el Estado contemporáneo decide hacerse cargo de la educación de todos los niños y niñas de la nación, que podemos fechar en 1812, por ser esta la primera Constitución contemporánea en la que, además, se recoge expresamente el derecho de todas las personas a la educación y la obligación del Estado de proporcionarla. Según esta Constitución, la educación debe centrarse en las primeras letras, esto es, leer, escribir y contar, así como en la religión católica y en las obligaciones civiles. Quiere eso decir que todo el proyecto contemporáneo de escolarización, que se puede dar por plenamente realizado en 1970, es un proyecto que se propone de manera explícita no solo la instrucción de todos los niños del país, sino también su educación o formación moral y política. No ha habido dudas al respecto desde entonces y en ese sentido puede llamar la atención el que sea ahora cuando se pone en cuestión una asignatura que de hecho ha tenido una muy débil presencia académica —tan solo una hora semanal en un curso de primaria y dos cursos de secundaria—, cuando el sistema educativo lleva educando moralmente, y en gran parte adoctrinando, a los niños desde sus orígenes." (F. García Moriyón, El Troquel de las conciencias. Una historia de la educación moral en España, p.16. Ediciones de la Torre)

martes, 17 de enero de 2012

Dicen los alumnos III



Relato sobre el miedo escénico en el aula (por Sandra Violero Comino 1º de Bachillerato)

Y ahí estaba yo. Podría estar en cualquier otra parte del mundo pero no, estaba en mi clase, que en ese momento parecía hacerse más y más pequeña. Había un compañero exponiendo un problema, pero el problema era mío, ya que confundía a mi compañero con un muñeco como el de las cajas de música al que habían dado cuerda y adivinaba, al igual que en una caja de música, que su exposición terminaría pronto.

Y así fue, definitivamente terminó, eso significaba que era mi turno, es decir, que tenía que colocarme justo en el medio del aula donde antes mi compañero había estado hablándonos sobre el calor, calor que se había quedado allí y en ese mismo momento me estaba derritiendo mis ideas y con ellas se marchaba como la lava de un volcán mi exposición.

Mis compañeros me miraban aburridos, incluso sabía que estaban pensando: "¡puff ahora hay que aguantar otra exposición aburrida, hablando de un tema aburrido!”. Lo sabía porque en ocasiones esos pensamientos habían pasado por mi cabeza. Y entonces el profesor me pidió que empezara y al pedírmelo desató en mí un terremoto que empezaba desde mis piernas y acaba en mi garganta haciendo que mi pronunciación tartamudeara y alargara las palabras más de lo que se deben alargar.

Para que mi nerviosismo cesara no se me ocurrió otra cosa que mirar al profesor, que en ese momento tenía los ojos deseosos de encontrar errores, y tecleaba los botones del ordenador como un niño explotando con los pies el protector de los embalajes.

Y, aunque esos ojos me pusieron nerviosa, despertaron en mí una rivalidad hacia él por que encontrara los menos errores posibles. Mi voz se alzó clara, abandonando la tibieza, mi postura invadió toda la clase, que en ese momento no parecía tan pequeña como antes, captando así la atención de mis compañeros, en seguida ese calor que deshacía mis ideas desapareció y éstas fueron fluyendo hasta ser pronunciadas cada vez con más calma, y al final, después de todo, me di cuenta que estaba hablando exactamente a las mismas personas con las que hablo cada día.