Tras las sesiones de evaluación del 20 de junio de
2012
Estimados compañeros,
Siento la necesidad de expresarme. Quizás al elegir
este medio esté poniendo de manifiesto mi inmadurez para hacerlo de otro modo. Trataré de ser breve y cuidadoso. Breve, por
no estar seguro de que estas reflexiones no obedezcan a obsesiones personales y
cuidadoso, porque conviene ejercer la crítica (incluso para con uno mismo) sin
hacer(se) daño. No obstante, permitidme cierta “guasa” y, también, cierto
desorden.
El
mundo es lo que acontece. Comienzo wittgensteiniano. Y, ¿qué es lo que
acontece?. Eterno retorno de lo mismo. Continuo nietzscheano. Cada trimestre,
cada año, acontece lo mismo, se repite el mismo movimiento. Animales adultos
inteligentes se congregan en el mismo espacio, en el mismo tiempo, para gastar
sus energías en realizar una tarea que (casi) todos ellos entienden que no
sirve para nada. Creo que este acontecimiento deteriora la salud moral y emocional de dichos
animales. “Sesiones de evaluación”, las llaman.
Yo soy uno de esos animales. Un animal sin la fuerza
de carácter suficiente para expresarse con libertad donde corresponde.
Entonces, mi enfado conmigo mismo y con el mundo, como los adolescentes.
¿Qué acontece? Acontece que hasta ayer por la tarde no
había oído pronunciar la palabra “competencia” en este instituto. En ningún
Claustro, en ninguna Junta de evaluación, en ningún pasillo, ni tomando un
café. Si hago memoria, no la oía desde que fuese tutor de un 4º de la ESO en el
curso 2009-2010. Pero claro yo, como todos, somos evaluadores de competencias.
Acontece
que entre esos animales están los llamados tutores, y sucede que los más
prestigiosos son los más veloces, los que consiguen reducir esa tarea ineludible
al tiempo de un suspiro. Yo mismo conseguí un buen tiempo en 2010.
Acontece
que entre estos animales lógicos, dotados de lenguaje, unos, los menos, hablan,
y otros, los más, guardan silencio. Irresponsables animales lógicos que callan.
Yo entre ellos.
Más
acontecimientos. En ninguna de las sesiones de evaluación a las que he asistido
se ha tomado ninguna decisión colectiva respecto del grupo de alumnos
evaluados, Decisiones adoptadas: en blanco.
Contrafáctico I: si no hubiera asistido a ninguna de
las sesiones de evaluación del curso, el universo no se hubiera visto alterado.
Tampoco las propias sesiones de evaluación.
Contrafáctico II: si no se hubiera producido ninguna
de las sesiones de evaluación del curso, el universo no se hubiera visto
alterado. Tampoco la vida del centro.
Ya en una entrada anterior
defendí la necesidad de crear
un espacio de diálogo y de reflexión colectiva que permitiese al instituto
disponer de momentos de autoconsciencia donde se pudieran pensar los problemas
a los que nos enfrentamos y se pudiera redefinir cada vez el camino a seguir,
para impedir de esa forma una cierta robotización
de la enseñanza, obligándonos de esa forma a reinventarnos a cada momento. Ese
espacio de diálogo debería alejarse de esas fórmulas de la mayoría de cursos,
reuniones y escuelas de padres en las que unos especialistas que saben
(disponen de un saber) transmiten sus conocimientos a personas que no saben.
Más bien se trataría de reunir a padres, profesores, maestros y profesores
jubilados, alumnos, exalumnos, abuelos en estos encuentros para que desde sus
respectivas experiencias enriqueciesen la mirada de los otros y construyesen cada vez respuestas
a los problemas a los que nos enfrentamos como colectivo. No creo, al menos esa
es mi experiencia, que en los órganos de decisión de los que nos dota la ley
(Consejo Escolar, Claustro, etc.) exista verdadero diálogo, reflexión, como
tampoco esfuerzo para pensar la educación y para transformar la realidad
educativa. Sucede que en estos espacios formales, un tanto fosilizados, nos
relacionamos con los asuntos que nos ocupan como si fueran productos acabados,
y no como productos que debemos construir, diseñar, definir. Es en estas
reuniones donde nos comportamos como verdaderos funcionarios, ejercemos de
agentes pasivos y no de verdaderos actores.
Entiendo que otra de las razones que justificarían
nuestro esfuerzo porque naciese un espacio como el que describo sería la
de comenzar a deshacer la desconfianza que caracteriza las relaciones
entre profesores, padres y alumnos (desconfianza de los alumnos hacia los
profesores y a la inversa, desconfianza de los padres respecto de los
profesores y a la inversa, desconfianza entre padres e hijos), como por otro
lado sucede en la mayoría de los ámbitos de la sociedad (entre políticos y
ciudadanos, entre vecinos, …). Deberíamos asumir el reto que planteaba Marina de construir
organizaciones inteligentes, centros de estudio inteligentes, y para eso
deberíamos discutir, conversar, esforzarnos en comprendernos. Si es verdad que
no educa el profesor sino el entorno, si es verdad que la
responsabilidad de la educación es de la tribu entera, entonces no basta con
que seamos individualmente inteligentes, esto es, buenos padres o profesores,
sino que deberíamos ser inteligentes en tanto colectivo, en tanto formamos
parte de una comunidad educativa. Deberíamos
ser buenos juntos.
Estimado Rafael:
ResponderEliminar¡No sabes cómo conparto lo que dices! Pero yo ya he tirado la toalla, he de confesarlo. Luché mucho por conseguir lo que propones y sólo encontré problemas.
Enhorabuena y mucha fuerza. Un saludo, Montse.