viernes, 22 de junio de 2012

Carta abierta a mis compañeros del Claustro del IES Miguel de Cervantes Saavedra


Tras las sesiones de evaluación del 20 de junio de 2012

Estimados compañeros,
Siento la necesidad de expresarme. Quizás al elegir este medio esté poniendo de manifiesto mi inmadurez para  hacerlo de otro modo.  Trataré de ser breve y cuidadoso. Breve, por no estar seguro de que estas reflexiones no obedezcan a obsesiones personales y cuidadoso, porque conviene ejercer la crítica (incluso para con uno mismo) sin hacer(se) daño. No obstante, permitidme cierta “guasa” y, también, cierto desorden.

El mundo es lo que acontece. Comienzo wittgensteiniano. Y, ¿qué es lo que acontece?. Eterno retorno de lo mismo. Continuo nietzscheano. Cada trimestre, cada año, acontece lo mismo, se repite el mismo movimiento. Animales adultos inteligentes se congregan en el mismo espacio, en el mismo tiempo, para gastar sus energías en realizar una tarea que (casi) todos ellos entienden que no sirve para nada. Creo que este acontecimiento deteriora la salud moral y emocional de dichos animales. “Sesiones de evaluación”, las llaman.

Yo soy uno de esos animales. Un animal sin la fuerza de carácter suficiente para expresarse con libertad donde corresponde. Entonces, mi enfado conmigo mismo y con el mundo, como los adolescentes.
¿Qué acontece? Acontece que hasta ayer por la tarde no había oído pronunciar la palabra “competencia” en este instituto. En ningún Claustro, en ninguna Junta de evaluación, en ningún pasillo, ni tomando un café. Si hago memoria, no la oía desde que fuese tutor de un 4º de la ESO en el curso 2009-2010. Pero claro yo, como todos, somos evaluadores de competencias.

Acontece que entre esos animales están los llamados tutores, y sucede que los más prestigiosos son los más veloces, los que consiguen reducir esa tarea ineludible al tiempo de un suspiro. Yo mismo conseguí un buen tiempo en 2010.

Acontece que entre estos animales lógicos, dotados de lenguaje, unos, los menos, hablan, y otros, los más, guardan silencio. Irresponsables animales lógicos que callan. Yo entre ellos.

Más acontecimientos. En ninguna de las sesiones de evaluación a las que he asistido se ha tomado ninguna decisión colectiva respecto del grupo de alumnos evaluados, Decisiones adoptadas: en blanco. 

Contrafáctico I: si no hubiera asistido a ninguna de las sesiones de evaluación del curso, el universo no se hubiera visto alterado. Tampoco las propias sesiones de evaluación.

Contrafáctico II: si no se hubiera producido ninguna de las sesiones de evaluación del curso, el universo no se hubiera visto alterado. Tampoco la vida del centro.

Ya en una entrada anterior defendí la necesidad de crear un espacio de diálogo y de reflexión colectiva que permitiese al instituto disponer de momentos de autoconsciencia donde se pudieran pensar los problemas a los que nos enfrentamos y se pudiera redefinir cada vez el camino a seguir, para impedir de esa forma una cierta robotización de la enseñanza, obligándonos de esa forma a reinventarnos a cada momento. Ese espacio de diálogo debería alejarse de esas fórmulas de la mayoría de cursos, reuniones y escuelas de padres en las que unos especialistas que saben (disponen de un saber) transmiten sus conocimientos a personas que no saben. Más bien se trataría de reunir a padres, profesores, maestros y profesores jubilados, alumnos, exalumnos, abuelos en estos encuentros para que desde sus respectivas experiencias enriqueciesen la mirada de los otros y construyesen  cada vez respuestas a los problemas a los que nos enfrentamos como colectivo. No creo, al menos esa es mi experiencia, que en los órganos de decisión de los que nos dota la ley (Consejo Escolar, Claustro, etc.) exista verdadero diálogo, reflexión, como tampoco esfuerzo para pensar la educación y para transformar la realidad educativa. Sucede que en estos espacios formales, un tanto fosilizados, nos relacionamos con los asuntos que nos ocupan como si fueran productos acabados, y no como productos que debemos construir, diseñar, definir. Es en estas reuniones donde nos comportamos como verdaderos funcionarios, ejercemos de agentes pasivos y no de verdaderos actores.

Entiendo que otra de las razones que justificarían nuestro  esfuerzo porque naciese un espacio como el que describo sería la de comenzar a deshacer la desconfianza  que caracteriza las relaciones entre profesores, padres y alumnos (desconfianza de los alumnos hacia los profesores y a la inversa, desconfianza de los padres respecto de los profesores y a la inversa, desconfianza entre padres e hijos), como por otro lado sucede en la mayoría de los ámbitos de la sociedad (entre políticos y ciudadanos, entre vecinos, …). Deberíamos asumir el reto que planteaba Marina de construir organizaciones inteligentes, centros de estudio inteligentes, y para eso deberíamos discutir, conversar, esforzarnos en comprendernos. Si es verdad que no educa el profesor sino el entorno, si es verdad que la responsabilidad de la educación es de la tribu entera, entonces no basta con que seamos individualmente inteligentes, esto es, buenos padres o profesores, sino que deberíamos ser inteligentes en tanto colectivo, en tanto formamos parte de una comunidad educativa. Deberíamos ser buenos juntos.

1 comentario:

  1. Estimado Rafael:
    ¡No sabes cómo conparto lo que dices! Pero yo ya he tirado la toalla, he de confesarlo. Luché mucho por conseguir lo que propones y sólo encontré problemas.
    Enhorabuena y mucha fuerza. Un saludo, Montse.

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