viernes, 20 de mayo de 2011

Dicen los alumnos II

Pensando la educación II (cuento moral por Pilar Díaz-Pintado Serrano, alumana de 1º de Bachillerato) 

“Los hombres han nacido los unos para los otros; edúcales o padécelos” MARCO AURELIO

El portazo fue tal que pudieron oírlo los vecinos de enfrente, las pegatinas que estaban adheridas a la puerta tiritaron  y los móviles que se encontraban colgando del techo de la habitación que acababa de ser brutalmente aislada del resto de la casa se agitaron como si de un terremoto se tratara, sin embargo, tras todo eso en la casa reinó una misteriosa tranquilidad.
Poco tiempo después, las cada vez más desgastadas manos de una madre golpearon tranquilamente la recién maltratada puerta de la habitación de su indomable hija. Tras un dulce y pausado: ''¿Puedo pasar?'' se oyó entre lágrimas un violento ''¡Vete de aquí! No quiero hablar contigo''. La madre, desobediente, abrió la puerta de la habitación y encontró a su hija tumbada en su cama, apartó algo de ropa y algunos peluches y se sentó pacíficamente junto a ella. La madre apartó los cabellos de la cara de su dolida hija y empezó el siguiente discurso en un tomo cariñoso y suave:
-Ya eres lo suficientemente grande para entender la lógica que motiva a un padre a actuar como, por ejemplo, actuo yo contigo. ¿Piensas que yo soy mala madre? La abuela sí que lo fue; antes de cada paseo con mis amigos me esperaba por su parte un interrogatorio acerca de mis planes, la gente con la que saldría, a qué hora volvería, qué haría...; siempre insistía en que ahorrara mi propio dinero para pagar mis caprichos a pesar de que ella podía regalármelos; me obligaba a asumir las responsabilidades de mis acciones aunque el castigo fuera tan severo que a ella le doliera verme así; en ocasiones, cuando alguien me hería ella no me consolaba porque quería que aprendiera que el mal existe en este mundo; ella, al igual que he hecho yo hoy, me decía NO cuando sabía que iba a odiarla por ello. Esas son las batallas que las madres se alegran al ganar, porque al final sois vosotros, los hijos, los que ganáis realmente. Por culpa de mi madre me perdí muchas cosas que otros chicos pudieron experimentar pero ahora que ya tengo mi propio hogar y te tengo a ti, trato con mi mejor buena voluntad de ser una madre tan mala como lo fue la mía.

Dicen los alumnos I

Pensando la educación I. ¿Qué es una persona inteligente? (por Almudena Madrid Marquina, alumna de 1º de bachillerato)
 
Hace unos días vi en un programa llamado “El programa de Millás: Inteligencias singulares”, a cuatro personajes famosos que todos conocemos y todos ellos tenían algo en común: habían sido fracasos escolares. Estos cuatro hombres eran: Juan Carlos Ortega: Humorista y escritor de “Morirse es una mierda”, no obtuvo el graduado escolar pero la escuela le enseñó a reírse de todo; Pablo Motos: Presentador de “El Hormiguero” y “No somos nadie”, incapaz de orientarse, la escuela le enseñó a enfrentarse a sus miedos; Gonzo Suárez: Creador del juego “comandos”, pasó por 13 colegios en los cuales aprendió que la autoridad era algo que no podía sujetarle; Enrique San Francisco: actor que triunfa en todo tipo de registros interpretativos, consiguió aprobar siendo metido interno y alejado del cine.
  Estos cuatro hombres son muy conocidos actualmente y cuando pensamos en ellos, los vemos como personas inteligentes, lo que me hace preguntar ¿Qué es una persona inteligente? o ¿las personas inteligentes son sólo aquellas que se adaptan al sistema educativo de la época? o ¿se puede llamar inteligente a alguien no válido para el estudio?
  Voy a intentar responder a estas preguntas desde mi punto de vista, pero antes quiero poner en mente de todos la misma definición de inteligencia, para ello he buscado y leído muchas definiciones de inteligencia pero no he encontrado ninguna que me guste lo suficiente así que he decidido crear mi propia definición de inteligencia: La inteligencia son las habilidades que desarrolla el ser humano para captar información y almacenarla, así como la capacidad humana de utilizar la información almacenada correctamente para enfrentarse al día a día.
  Ahora que todos tenemos en mente la misma definición de inteligencia voy a explicar mi punto de vista y es que yo pienso que una persona inteligente es aquella persona que es capaz de vivir día a día utilizando los conocimientos aprendidos a través de la experiencia, aunque esa persona no sea apta para estudiar. Es más creo que es imposible medir la inteligencia de una persona solo con observar unos numeritos impresos en una hoja de papel porque hay muchos tipos de inteligencia (tantos tipos como personas hay sobre la tierra) y no sería justo compararlos.
  Bien, es cierto, que la sociedad actual se rige por títulos, es decir, aquella persona que más títulos tenga tendrá más posibilidades de trabajar en mejores condiciones que el que no tenga títulos, y no solo eso, sino que el trabajador con títulos será considerado más inteligente que aquel que no los tiene. ¿Por qué? Básicamente, porque se supone que aquel que tiene más títulos es aquel que más capacidad tiene para captar y almacenar conocimientos, aunque en realidad no sea así.
  Pongamos un ejemplo, hay dos estudiantes de la misma edad, en el mismo grupo, con características similares…: uno de ellos tiene todo con sobresaliente pero luego es incapaz de pensar en las consecuencias de sus actos antes de hacerlos o resolver problemas que no estén dentro de sus libros de texto y sin ayuda, el otro tiene todo con suficientes e incluso algo suspenso pero luego es una persona que piensa mucho las consecuencias antes de actuar y autosuficiente. ¿Cuál de estas dos personas es más inteligente?, ¿Cuál de estas dos personas merece un mayor reconocimiento? Pues para mí está muy claro, es más inteligente el segundo. Es más inteligente porque es capaz de vivir aplicando los conocimientos que posee, ya sea aprendidos en un libro o gracias a la experiencia y porque no es más inteligente aquel que más fórmulas memoriza o mejor analiza frases o más fechas conoce si no que es más inteligente aquel que es capaz de llevar a la práctica en el momento oportuno y de la manera correcta todo eso.
  Aquellos que no están de acuerdo conmigo pueden pensar que me considero como el segundo caso de mi ejemplo, es decir, saco notas bajas pero me creo capacitada para todo, pues no, mis notas son normales y soy incapaz de resolver ciertos problemas yo sola. Digo todo esto porque vivo rodeada de estudiantes por todas partes: compañeros, amigos, familiares… y estoy cansada de ver como a todos se nos impone el mismo modelo de estudio, se nos enseña de la misma manera, y a todos se nos presentan los mismos patrones, las mismas expectativas sociales… lo cual no es nada favorecedor para los estudiantes porque cada uno es diferente al resto y solo aquellos que estén dentro de esos patrones serán considerados inteligentes y aquellos que, en teoría, mejor capten los conocimientos que existen en estos patrones serán los mejores pero en realidad no es así. Estoy cansada de ver cómo muchos se creen mejor que el resto porque sus notas son estupendas porque no se equivocan a la hora de escribir la respuesta en un examen, y estoy cansada de ver cómo muchos se creen tontos porque sus notas son malas, porque no pueden o no consiguen encontrar la respuesta correcta en el examen.
  Así que desde mi posición pido que no se trate a todas las inteligencias por igual porque yo puedo ser buena para resolver problemas con formulitas, una amiga puede ser buena para la música  y otra para el deporte, pero eso no quiere decir que ninguna de nosotras sea mejor o más inteligente que el resto, simplemente que nuestras inteligencias son diferentes  y no podemos compararlas, al igual que no se pueden comparar manzanas con elefantes. Es más me atrevo a decir que todos los tipos de inteligencia son complementarios, que no hay ninguna que se superponga al resto y que gracias a esta variedad de inteligencias el ser humano ha llegado a lo que hoy en día es.

miércoles, 4 de mayo de 2011

Sobre hablar por hablar y callar por callar

Podría callar y resistirme aunque solo fuese por una vez a lo que, confesémoslo, en muchos casos no es más que incontinencia verbal. Pero este correo tiene sentido, el de demostrar la verdad de una especie de máxima sobre la que venía reflexionando mientras conducía del trabajo a casa, a saber, nadie habla por hablar.
“Hablamos como si sirviera de algo” comentó un compañero (aquel a quien más aprecio) en el transcurso de una reunión de la Comisión de Coordinación Pedagógica. Pues bien, nadie habla por hablar, cuando hablamos actuamos (hacemos algo), no existe algo así como una enunciación gratuita, y cuando actuamos lo hacemos siempre (aunque no seamos consciente en ocasiones) con la voluntad de ejercer un cierto poder que puede o no terminar materializándose. Es decir, hablamos para poder manipular, para poder persuadir, para seducir, para resistir, para enamorar y para insultar, también para insinuar, para convencer, para destruir y para construir, para defendernos y para atacarnos, pero sobre todo para inventarnos (recuerdo si no el fantástico aforismo de Matute que pronunció en la recogida del Cervantes, “el que no inventa, no vive”). Aunque fuese verdad eso de que no vamos a poder modificar el texto final que termine aprobando la Administración (asunto este sobre cuya verdad nunca parece poder discutirse, digo, el de de “no va a servir de nada”), nuestro  “hablar por hablar” serviría para inventarnos, para modificar nuestra circunstancia, nuestro centro o al menos para cambiar la CCP y convertirla en un verdadero espacio de diálogo y de discusión, un espacio donde nos mostrásemos y no nos ocultásemos, donde hablásemos y no nos callásemos, un espacio donde comenzáramos a recorrer el camino hacia nuestra madurez como colectivo, madurez que sólo es posible si hacemos más a menudo eso de “hablar por hablar”. Eso que hemos hecho hoy y que ha servido para tanto.
         O acaso callar por callar, como hacemos tantas veces. Preferimos callar. Callar es fácil y callamos demasiado. Hace poco, también en una CCP, callé y debí hablar, callé, dejándome llevar por esta inercia de silencio que nos arrastra en ocasiones, esta inercia del “para qué hablar”, “como si sirviera de algo”, callé digo cuando en realidad me sentía en el deber moral de hablar. Hablar ¿para qué?. Para no permitir que una compañera se defendiese sola de un escrito de la Oficina de Evaluación que tenía un tono y un contenido ciertamente ofensivo en relación a su trabajo. Debí hablar y callé. Debimos hablar y callamos. No hablar por hablar, hablar por acompañar. A esta compañera le hubiera servido sentirse entendida, respetada por sus compañeros.
         Por lo tanto, eso de “hablar por hablar” es un hablar vacío, una frase hecha, una coletilla impensada. Mejor hablar, aunque tengamos luego que rectificar, aunque debamos volver a inventarnos.
Es verdad que hay conversaciones productivas, enriquecedoras, conversaciones que nos permiten crecer y otras en cambio que restan, que empobrecen, que nos hace peores. Bueno, pues conversemos para construir pero conversemos. Hablemos un poco más.